sábado, agosto 28, 2004

La felicidad está en disfrutar de aquello que posees y olvidar lo que no tienes.

Mi casa siempre está abierta para mis amigos.
El último en llegar ha sido J, argentino, cuarenta y dos. Ahora parece que ha resuelto su vida, después de vivir diez años en una ciudad que no le gustaba, de trabajar en un trabajo que odiaba. Se marchó a Buenos Aires con sus padres.
Como le pagan un alquiler aquí que en Argentina renta como si fuera tres veces más, tiene su existencia asegurada. Nunca jamás trabajará, porque estableció un colchón de posesiones.
Pues todavía se queja. Se obsesiona con las obras de su casa, que le van a salir a cuatro duros. Se obsesiona con unos desmayos que le dieron a su madre, que finalmente no tiene nada. Se obsesiona de igual manera que cuando trabajaba a turnos.
Ayer vino de ver a unos amigos y se quejaba de que ¡había conocido a una mujer maravillosa! Porque la ha encontrado en Madrid justo cuando vuelve a su tierra.
La felicidad está en disfrutar de aquello que posees y olvidar lo que no tienes.

Mi casa siempre está abierta para mis amigos.
El último en llegar ha sido J, argentino, cuarenta y dos. Ahora parece que ha resuelto su vida, después de vivir diez años en una ciudad que no le gustaba, de trabajar en un trabajo que odiaba. Se marchó a Buenos Aires con sus padres.
Como le pagan un alquiler aquí que en Argentina renta como si fuera tres veces más, tiene su existencia asegurada. Nunca jamás trabajará, porque estableció un colchón de posesiones.
Pues todavía se queja. Se obsesiona con las obras de su casa, que le van a salir a cuatro duros. Se obsesiona con unos desmayos que le dieron a su madre, que finalmente no tiene nada. Se obsesiona de igual manera que cuando trabajaba a turnos.
Ayer vino de ver a unos amigos y se quejaba de que ¡había conocido a una mujer maravillosa! Porque la ha encontrado en Madrid justo cuando vuelve a su tierra.

lunes, agosto 23, 2004

Por fin descansaríamos las dos.
Me había acostumbrado a su inquietante presencia en el salón, una jarra del tamaño de un tetra brick, negra, reluciente, pomposa. Presidiendo la estancia justo encima de la televisión.
A veces sentía su mirada desde mi cama, en la sala contigua, mientras leía novelas románticas. Sentía su desaprobación entre las paredes. Como cuando hacía el amor con mi novio, con el que jamás me casé. Un dedo señalante invisible extendido desde el salón.
Diez años de espera, dos horas de viaje, para deshacerme del maldito jarrón.
Por fin lo tuve entre mis brazos, lo pasé a uno de mis hermanos. Que , llorando, no se quería desprender de él, abrazado con histeria a un trozo de cerámica. No sé para qué tanto cuento si llevaban todos diez años evitándolo y me habían endiñado a mí el maldito jarrón negro. Todos lo tuvieron en sus manos un rato, susurrando palabras de despedida.
Cuando llegó a mi hermana mayor, con la misma ceremonia que los demás, retiró el tapón. Mi hermano pequeño dejó escapar un suspiro.
- Dejamos tus cenizas allá donde lo pediste, mamá.- comenzó a extender las cenizas entre la hierba y los arbustos con mucho cuidado de no mancharse.
Yo añadí, en un tono tan bajo que nadie me escuchó:
-Y sentimos no habernos puesto de acuerdo para hacerlo antes. Tengas ahora descanso eterno.

(es una historia real, si pido que me incineren pondré fecha límite, por si acaso).

domingo, agosto 22, 2004

Es difícil juntar a cuatro personas diferentes, con historias diferentes, ideas diferentes para que ,conjuntamente, expresen una misma cosa.
Es difícil cuando la música no se puede contar en palabras y quizá se producen malentendidos. Cuando pocos músicos se comprometen en serio, cuando cuesta tanto encontrar compañeros de viaje. Cuando supone horas y horas de repetición incansable, muchas veces con escasos resultados.
Pero hay días en los que los cuatro pensamos y tocamos como si fuésemos uno solo. Expresando los mismos sentimientos, con igual intensidad en cada parte, como si nos guiara una única intención en el laberinto de notas.
Es difícil pero sucede. Y, cuando sucede, es maravilloso.

domingo, agosto 15, 2004

Desde que llegamos a Barcelona nos hablan continuamente en catalán. Y, debido al carácter adusto, rugoso, de los barceloneses, hemos creído varias veces que se tomaban a mal que contestáramos en castellano. De hecho me han dado tentaciones de responderles en euskera sólo por verles la cara. Esto me recuerda algo que sucedió hace tiempo.

Hace bastantes años, un catedrático de la Universidad del País Vasco debía dar el discurso para comenzar la Semana Grande de San Sebastián. Comenzó a hablar en castellano. Esto desató las críticas, los gritos, el enfado, del sector nacionalista más duro entre el público. El catedrático mantuvo unos segundos de silencio y... Empezó a hablar en una lengua que nadie entendía. El público escuchó boquiabierto cinco minutos de disertación en griego antiguo. Nadie encontró motivos nacionalistas para enfadarse con el catedrático.

sábado, agosto 07, 2004

Hoy comienzo mis vacaciones.
No sé si voy a escribir estos días.
Pero si dejo de hacerlo no me lo tengáis en cuenta. ha sido un año muy duro.

jueves, agosto 05, 2004

Por la noche, desde la nueva ventana del tejado se ven las estrellas.
-Oh mierda.
El coche patrulla frenó al lado de la moto. Un policía descendió del vehículo con cara de pocos amigos. El otro ocultó una media sonrisa con una mueca mientras seguía los pasos de su compañero.
-Caballero. Su documentación.
Angel le tendió los papeles de la moto. Todo en regla.
- No figura ningún problema con la vista.- le comunicó el de las malas pulgas al otro.- Perdone, ¿tiene algún problema con la percepción de colores?
- No.
- Entonces ha visto el rojo del semáforo con claridad. Era rojo, ¿no? No lo vio verde, ni naranja.
El policía de la mueca esbozó ya una amplia sonrisa mientras decía:
- ¿Ves?- dijo a su compañero.- Tenía yo razón. Estos motoristas son siempre iguales. No aguantan tres semáforos en rojo seguidos, parece que es una tentación, un golpecito de acelerador y... Fuera. Gracias a usted he ganado una cena. Muchas gracias.
Los dos policías se metieron de nuevo en su coche patrulla, arrancaron y se marcharon sin escribir siquiera los datos del infractor. Mi amigo Ángel todavía no da crédito a lo que sucedió. Nunca le llegó la multa.

miércoles, agosto 04, 2004

Le había convencido su primo para bañarse en el río, que allá por los años 20 no estaba aún contaminado. Pero se habían dejado los bañadores en casa, y claro, una hora de caminata serviría seguro para que desaparecieran las ganas de un chapuzón rápido. Por no hablar del sol, que le freía los sesos, o del sudor que pegaba la ropa a la piel.
- No me atrevo.
- Venga- dijo el primo mientras se quitaba la camiseta.- No es para tanto.
- Si nos ve mi madre nos mata.
- No lo va a saber nadie.
Así que se desnudó. El agua del río calmó su calor, justo en el momento en el que el primo intentó una de sus tretas.
- La llevas.- Echó a correr tras las zancadas apresuradas de su primo.
Un silbido interumpió el juego, a bastantes metros de donde habían dejado la ropa.
-Mierda.- gritó el primo.- El tren de Tudela.
- Te lo dije. Esta vez sí que nos van a pillar.
Mi abuelo divisó a lo lejos un tren que seguramente transportaría a algún conocido de su madre. Pamplona era y es un lugar muy pequeño en el que todos se conocen.
Se dispuso a proteger su honor, tapándose sus partes pudendas.
- ¡Pero qué haces! .- Exclamó el primo.
- Tapándome.
- Si te tapas ahí todos van a saber que J.J.M se estaba bañando desnudo en el río.
-Ah, ¿y qué propones?

El tren pasó a su lado a toda la velocidad que alcanzaban los trenes en los años 20. Medio vagón contemplaba con vergüenza a aquellos dos jovenzuelos. Más de una mujer gritó horrorizada.
Dos chicos mostraban sus cuerpos tal y como sus madres les trajeran al mundo mientras se tapaban la cara para no ser reconocidos.
Mi bisabuela jamás se enteró de la hazaña.

domingo, agosto 01, 2004

Mi amiga salió aquella noche, por primera vez, a una macrodiscoteca de la capital. Le sorprendieron cientos de cuerpos bailando al son del house de moda en el momento. Se tomó una pastilla de color verde.
Recuerda luces, gente, ritmo y reirse de gracias sin sentido. Hay muchas otras que no recuerda.
Por eso le sorprendió tanto, dos semanas después de aquella noche loca, un email con archivo adjunto . Una foto tomada en la macrodiscoteca. Un primer plano de un gogó negro guapísimo y ella a su lado, bailando subida a una plataforma, en sujetador.
Nunca más ha vuelto a tomar drogas. Afirma que si va a hacer tonterías de ese estilo, por lo menos le gustaría recordarlas.