viernes, enero 02, 2015

2+1

Les brillaban los ojos, se leían sin mirarse y con su sonrisa se decían todo lo necesario.

Yo observaba la escena como desde fuera, pero también me encontraba dentro de ella. Formaba parte de una intimidad mucho más grande y mucho más hermosa de lo que yo había vivido en tercera persona de cualquier triángulo anterior. Me daba miedo invadir su intimidad. Aunque ya estaba allí. Ya formaba parte de esa escena tan llena de amor, de cariño, de complicidad, de cuerpos, de sexo, pero sobre todo de emociones.

Por eso les brillaban los ojos.

Pasé de la excitación a la sorpresa, de la revelación al pánico más absoluto. Yo, que pensaba que todo era fácil; que todo era controlable; que lo había vivido; que existen normas de seguridad inquebrantables para acostarse con dos personas sin involucrarse. Yo, que creí en procedimientos y protocolos para vivir con el corazón protegido bajo una apariencia de libertad y hedonismo, como si vivir protegido fuese una manera aceptable de vivir.

Supongo que ese fue el momento de desarmarme. El de regresar a un lugar transitado tantas veces, de manera superficial, conformado por fantasías irreales, orgasmos o fluídos  y sustituirlo por un paisaje de emociones. De ojos brillantes. De sonrisas. Como si anteriormente hubiese vivido la escena en blanco y negro, a 16 fotogramas por segundo. Como si acabase de encontrar la intensidad de los colores en cada caricia realizada con amor.

Mi mente me mece a ratos entre la felicidad y el pánico.

Porque fui consciente de que nos brillaban los ojos, nos leíamos sin mirarnos y con nuestra sonrisa nos decíamos todo lo necesario.