Siempre que vuelvo al Burger King de la calle Arenal recuerdo mi primera experiencia tocando en el Retiro.
Aquella mañana de domingo de julio en la que saqué la guitarra, olvidé la resaca y me planté en uno de los bancos a cantar. Un hombre con su niño se pasearon varias veces por delante hasta que el tipo, manager, me dejó su tarjeta. También conocí a un músico que me contó la gira que hizo nada más acabar la guerra civil. Recuerdo que una gitana escuchó un buen rato de concierto y al finalizar me regaló una ramita de romero que aún conservo en algún lugar de la casa.
Con el dinero que saqué esa mañana pagué mi hamburguesa. Y me supo a gloria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario