Hace unos minutos dormía aún plácidamente en mi cama. Me he levantado destrozada, sin resaca, pero con una gran sonrisa en los labios.
Ayer no salí de marcha, ni conocí a nadie que ya conociera, ni bailé en el escape, ni en Malasaña, ni bebí cerveza o absenta o whisky (a mí no me gusta la ginebra). Ayer se comenzó a cumplir uno de mis mayores sueños.
Desde que cogí una guitarra por primera vez me imaginé grabando un disco. Podía dibujar exactamente el lugar y las personas que me acompañaban en ese sueño.
Estoy grabando en Red Led, uno de los mejores estudios de Europa.
Estoy acompañada de mi hermano, Paco, que no es de mi sangre pero la ha ido adquiriendo en una larga relación de amistad, en la que hemos llorado y reído mucho, a pie de cama de hospital, en locales de ensayo en los que la mitad de los músicos no se involucraban. Hemos tocado con personas que no pagaban el local, que no venían a ensayar, una sensación de lucha improductiva contra un gigante.
Y por fin ha llegado nuestro momento.
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