14 de mayo 2002.
Hace dos años nos tomábamos un café, ante la mirada atenta y divertida de dos amigas. Quedaba una pregunta por contestar con una respuesta latente en el aire. Probablemente si tú o yo hubiésemos estado fuera lo hubiésemos visto igual de claro.
Recuerdo que me tomaste de la mano un segundo durante la conversación. Y sentiste cómo temblé.
Entonces me llevaste hacia una calle para explicarme que quizá podríamos intentarlo. "¿Y podemos salir corriendo en cualquier momento?", objeté. Asentiste besándome en los labios. Un beso torpe, nervioso, pero dulce.
Y precisamente en ese instante el dueño del coche en el que nos estábamos apoyando decidió sacar su vehículo. Como siempre una nota de humor en los recuerdos. Sobre todo cuando nos apoyamos en otro coche y también nos echaron de ese lugar. Un voyeur de sueños se reía de nuestra situación, que había contemplado desde el incio: "Si queréis os dejo mi casa".
Los besos dejaron de ser torpes con el tiempo, aunque nuestros cuerpos se entendieron muy bien desde el principio. Jugamos a vivir separadas pero todas las noches dormíamos abrazadas, sin poder superar la carencia de esa otra piel reflejada en la propia. Síndrome de abstinencia de tus caricias. De observar al amanecer tu cara adormecida, mecida por un sueño tranquilo. Entonces nos decidimos a vivir juntas, aunque, como dijo mi hermana cuando se lo conté , llevábamos "desde el principio viviendo juntas".
Desde aquel día muchas veces, he querido, has querido, hemos querido salir corriendo. Pero nunca hemos sido capaces de hacerlo. Tan sólo nos hemos acostado enfurruñadas para murmurar un "lo siento" al oído de la otra en mitad de la noche.
Nunca había permanecido tanto tiempo con nadie. Jamás le di importancia, simplemente me dejé llevar, para no quedarme con el vértigo de ir tan rápido o tan despacio (eso depende de quién mire). Ahora nos veo en nuestra casa. Pequeña. Con goteras. Pero hemos creado nuestro espacio, el refugio, el descanso del guerrero, un lugar en el que reír, o llorar...
Dos años atrás me mirabas de esa manera en la que no has dejado de mirarme. Y hoy, como entonces, me siento la persona más afortunada del mundo.
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