El hombre se escudaba tras su periódico, sentado en el asiento del vagón de metro. De vez en cuando se ajustaba las gafas con la mano derecha, que se resbalaban por el sudor que caía abundantemente por su frente. En la siguiente parada entraron dos niñas de apenas diez años, con el uniforme escolar y una pesada mochila en sus hombros. Pude sentir la excitación del hombre.
Miraba a una de las niñas mientras ésta se acercaba para ocupar un asiento cercano. El hombre observaba de arriba abajo a la chica, fijándose en los pechos incipientes, la faldita, adivinando sus braguitas de colegiala con un gesto baboso.
Carraspeé, conteniendo mis ganas de sacudirle un puñetazo al pedófilo. El hombre se agazapó tras las letras grandes de su periódico, encogiendo como si no existiese en el vagón. Lo estuve vigilando hasta que las niñas salieron en su parada, camino al colegio, al examen del que hablaban en voz en alta.
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