Las conocí en una de esas noches largas en las que acabé desayunando una hamburguesa con queso en un bar de Chueca, rodeada por un grupo de unas veinte desconocidas con vestimentas de colores chillones. Una de esas noches confusas.
No recuerdo sus nombres, pero sí la manera en que se miraban.
- Llevo dos meses en Madrid. En el primero me gasté los ahorros de tres años. En el segundo, encontré trabajo de dependiente en un Rodilla.
Escaso salario, justo para poder pagar la pensión en la que dormían. Una chica a la que acababan de conocer les invitó a comer una hamburguesa, que una de ellas devoraba con ansia, mientras que la otra rechazaba con aún cierto orgullo. No les quedaba nada de la vida que habían conocido en el pueblo.
-Esto no es lo que imaginábamos.
¿Pero cómo volver con las manos vacías, a la incomprensión, con los sueños rotos y el alma partida?
No tenían ni un céntimo en el bolsillo, pero aún recuerdo el cariño cuando se miraban, cuando se acariciaban las manos con resignación mientras contaban la historia. Entonces, sentí envidia.
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