Cuando me sumerjo en el mar, me encanta tumbarme sin mover ni un solo músculo, cerrar los ojos y esperar. Escuchar el chapoteo submarino de los niños. Al cabo de unos instantes siento la mano invisible de la corriente marina, que me arrastra a su antojo.
Me pregunto si ahora no me hallaré en uno de esos momentos en los que me dejo llevar, con los ojos cerrados, los músculos relajados, la mente en blanco. Tan sólo tendré que revivir cuando me despierte, para tratar de encontrar la orilla, allá donde me haya arrastrado la corriente.
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