Nos engañaron.
Con las canciones, con las películas de final feliz. Nos contaron que el amor era un juego de fuegos artificiales, de príncipes y princesas. Nos hicieron creer que bastaba con amarse para que las relaciones duraran para siempre.
Nadie nos preparó para las frustraciones continuas. Para el amor imperfecto. Para las broncas, las incompatibilidades. Nos educaron por y para una culpa cristiana en la que somos responsables directos de los efectos sobre los que no existe una causa clara.
Nos engañaron.
Y yo casi me lo creí.
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