Te echo muchísimo de menos.
Pasar por delante de tu casa en la calle Atocha. Gritarle al videoportero porque la cámara está tan alta que no se me ve. Subir lentamente los tres pisos de escalera de madera que cruje con cada uno de mis pasos. Sentir el olor conocido en el descansillo. Para oír tu voz, sentir tu risa, el calor que me abraza antes de encontrarnos.
El mismo discurso de todos los días:
-Era una psicópata.
- Lo sabía!.- desplomarme en tu sillón con una sonrisa.
(En el fondo nunca dejaremos de ser personajes de Woody Allen).
Pero ahora en tu casa de la calle Atocha ya no hay videoportero al que gritarle. Puede que algún desconocido con el que aún no he intercambiado impresiones, que ni siquiera entendería el discurso de Woody Allen.
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