Desde que llegamos a Barcelona nos hablan continuamente en catalán. Y, debido al carácter adusto, rugoso, de los barceloneses, hemos creído varias veces que se tomaban a mal que contestáramos en castellano. De hecho me han dado tentaciones de responderles en euskera sólo por verles la cara. Esto me recuerda algo que sucedió hace tiempo.
Hace bastantes años, un catedrático de la Universidad del País Vasco debía dar el discurso para comenzar la Semana Grande de San Sebastián. Comenzó a hablar en castellano. Esto desató las críticas, los gritos, el enfado, del sector nacionalista más duro entre el público. El catedrático mantuvo unos segundos de silencio y... Empezó a hablar en una lengua que nadie entendía. El público escuchó boquiabierto cinco minutos de disertación en griego antiguo. Nadie encontró motivos nacionalistas para enfadarse con el catedrático.
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