Entro en el bar y noto miradas de reojo. No estoy vestida para la ocasión, de modo que todos me observan como a un bicho raro. Escucho susurros de desaprobación. Los concurrentes se apartan de mi lado, no sea que les contagie mi actitud estrafalaria.
No se puede entrar vestida de traje en un bar de Lavapiés.
Lo malo es que los concurrentes se consideran más tolerantes y más abiertos que los sujetos que, por circunstancias ajenas a nuestra voluntad, vestimos de traje para ir a trabajar. Pero sus Pepe de última generación , de 120 € el par perfectamente desarreglados no son nada pijos... Y no sabía que el Che Guevara fuese un modelo de gorras.
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