Atruena. Acabo de rescatar la ropa húmeda del tendedero de la lluvia, cuando daría igual que se mojara un poco más para luego secarse.
Después de uno de los primeros días de un posible verano desolador, excesivamente caluroso, refresca. Las gotas caen con fuerza.
Me dan ganas de salir al patio, bailar bajo la lluvia, saltar en los charcos. Mancharme la ropa de barro. Girar para dar mil vueltas, para pararme mareada y tratar de averiguar de nuevo dónde me encuentro, hacia dónde me he quedado varada. Me apetece ser la niña que llevo dentro.
Pero en lugar de eso la niña y yo hemos estado aporreando la guitarra, cantando en voz baja para no molestar a los vecinos, haciendo música entre los golpes de las gotas en el suelo.
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