Lo conocí en una noche de niebla de cerveza, a altas horas de la noche, o muy temprano en la mañana. Su cresta verde lo hacía reconocible en cualquier bar que pisábamos y algunos camareros le miraban con recelo. Como quien observa a un animal recién escapado del zoo. Con sus botas militares avanzando en golpes rítmicos donde quiera que caminara.
Por azares del alcohol acabamos compartiendo la escasa noche que quedaba. Me habló de su familia, su hermano esquizofrénico, su antigua adicción al speed. Y me mostró una enorme llave.
- Esta es la llave de mi cuarto en la casa okupa.
Desde entonces me he preguntado para qué necesitaba una llave para encerrar una habitación cuando él defendía que las casas no tienen dueño.
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