Hace escasamente unos minutos casi estampo a un compañero de trabajo.
Justo venía yo de ejercer de dominatrix, de soltarle la bronca a un inútil que repite siempre el mismo error de manera voluntaria , no sé si con el ánimo de hacernos perder clientes.
Y mi compañero venezolano me mira a la cara:
- ¿Qué? ¿ya has llorado?
En ese momento le hubiera soltado un puñetazo. Llorar. Pensaba para mis adentros. Claro, como soy una mujer no puedo echarle la bronca a nadie sin llorar. No puedo aceptar puestos de responsabilidad porque mis emociones aflorarán en los momentos difíciles.
Al poco mi ha explicado que en Venezuela, "llorar" es sinónimo de "gritar", "discutir". Y hemos hecho las paces.
A veces conviene preguntar antes de enfadarse en este curioso mundo en el que los malentendidos son más frecuentes que los acuerdos. A veces debería mandarle callar a la histérica feminista que habita en mi interior. Cierto entonces que los cinco hombres que tengo a mi cargo de manera directa me acabarían tocando las narices de nuevo.
Puño de hierro, guante de seda. Una mujer con muy mala leche.
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