Esta mañana el repartidor se ha encontrado con una escena dantesca al entrar por la puerta de la oficina. Cientos de cadáveres de cucarachas, otras tantas tumbadas boca arriba moviendo levemente sus patitas. Todas las mesas movidas de sitio.
Nadie le explicó ayer que anoche vinieron a desinsectar y desratizar. Gracias a Dios que nuestras amigas cucas no venían acompañadas por sus primas mayores de mucho pelo y cola larga. Tan sólo había tantas cucarachas que crujían con su peso en cada paso. Marrones, negras, unas más rojitas. Grandes y pequeñas.
Como luego me ha relatado, parecía una de sus peores pesadillas.
No he llegado a tiempo para sacar una foto de la masacre. Lástima.
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