lunes, noviembre 24, 2008

El curso de ventas duraba demasiadas horas, lo que nos obligaba a intimar más allá de lo que inicialmente hubiéramos pensado. En dos semanas ya conocíamos los detalles vitales de todos los variopintos integrantes del grupo. En una de las comidas nos pusimos a jugar con un jefe de ventas a imaginar qué animal nos definiría mejor a cada uno. Salieron los típicos. Perro. Gato. Zorro (muy común en mi sector). Ardilla.
Al señalarme a mí, el jefe levantó la mirada y con el ceño fruncido dijo una de las definiciones con las que me siento más identificada:
- Tú pareces un ave fénix.

Resurgiendo de mis cenizas.

Esforzándome en construir estructuras imposibles que arderán de nuevo. Levantándome una y otra vez. O perdiendo el tiempo. Porque aquello que creo está condenado continuamente a desaparecer, a arder en llamas mediante una combustión espontánea.

Ardamos de nuevo, pues.

El Fénix es un ave igual a los dioses celestes, que compite con las estrellas en su forma de vida y en la duración de su existencia, y vence el curso del tiempo con el renacer de sus miembros. No sacia su hambre comiendo ni apaga su sed con fuente alguna.

Claudio Claudiano

No hay comentarios:

Publicar un comentario