Deberían poseer una señal de alarma. Un olor nauseabundo, una luz roja intermitente. Una cruz marcada de por vida. Pero, lamentablemente, estas personas vagan por el mundo demostrando una y otra vez que pueden hacerlo.
Pueden entrar en una tienda, rebuscar entre toda la ropa e incluso, por qué no, negociar un descuento con el encargado. Robar tiempo a los dependientes en prendas que al final no se llevarán.
Pueden llamar a empresas de muebles para solicitar un diseño de redecoración de su casa, de su vida, manejar cuatro presupuestos diferentes hasta decir tras muchas semanas de trabajo que no. Que no interesa el precio. Que no interesan las calidades. Que no les gustaron los proyectos.
Descubren límites. Disfrutan con la atención personalizada. Son parásitos para cualquier empresa, para cualquier persona, para cualquier vida.
Pero, ay de aquellos que sufren a esa otra modalidad de "necesitados de límites". Esa otra modalidad que entra en los corazones, juega a las caricias, a los dobles sentidos, a las miradas, disfruta de las llamadas en cómodos plazos de entrega, y finalmente, cuando descubre que lo tiene en las manos, se marcha sin dejar rastro visible. Sí un rastro de dolor, enfado y desconcierto. Y lo hacen porque pueden hacerlo. Porque les dejamos hacerlo.
Estoy pensando seriamente en hacerme una camiseta con la leyenda "Házte un favor, apadrina un vibrador".
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