viernes, noviembre 23, 2007

Era un cabezota. Educó a sus hijos con la falsa creencia de que si superaban los malos momentos, se harían más fuertes. Pero todos le queríamos. Porque en realidad sí estaba ahí.
Era el señor al que le daba clases de karate en el jardín, yo con mi cinturón amarillo-najanja; él de chándal. El único adulto que me tomaba en serio.
Era el señor que escuchaba mi música y me dijo que cometía un grave error al estudiar el master en dirección de empresas, porque no era lo mío. Él, el emprendedor, el creador de una gran empresa. El que después del ictus, en pleno delirio, inventó una corporación, la "limo-business" para sacarle partido al limonero del patio.
Era el señor que me dijo que no trabajase tanto. Cuando medía su vida en horas trabajadas.
Era el señor que dijo: "Nieta. Poesía. Cantante", nada más verme después del ictus.
Era el señor que todos despedimos este domingo.

Don Justo. Mi abuelo.

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