Fui bautizada dos veces.
La última fue consciente, ya con algunos años de edad. No lloré como los bebés porque no lo era.
La primera fue en el cuarto de baño de mi abuela materna, que, tras preguntar al cura de su parroquia, decidió darme bautismo en su bañera para remediar la falta de fe de mis padres en aquella época.
Fueron muy distintos los dos: uno, aplaudido, social; el otro, a hurtadillas, furtivo, confesado muchos años después.
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