Mirar al cielo, hace calorcito, pero no el de verano. Caminar por las terrazas de la ciudad hablando de fotografías, de cámaras, de cortos, de música, de películas, de sentimientos, de teatro, de ropa, de gente, gente, gente, mucha gente. De nueva gente, nuevas caras, nuevos cuerpos, nuevas formas de vivir. Llamadas de teléfono y la Gran Vía abre sus puertas a cada paso y en Fuencarral me tropiezo con dos conocidos en 2o metros. Músicos callejeros que tocan canciones conocidas. Y mi mano, inquieta, toca la guitarra imaginaria a cada paso, mientras mi mente figura una y mil canciones. Entonces me paro a ver los edificios por las calles en las que corro habitualmente para no llegar a la hora a ningún sitio y descubro de nuevo lo que amo esta ciudad acelerada. Arriba, las estrellas, que me tranquilizan.
Creo que soy feliz.
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