Tenía 5 años y había sol y sujetaba un renacuajo entre mis manos. Al principio no quería tocarlo, porque la piel resbaladiza me recordaba a las de las serpientes; pero luego no podía soltarlo.
Era mi renacuajo. Creo que incluso le puse nombre.
Como se movía lo iba apretando cada vez más y más fuerte. Era mi renacuajo y quería quedarme con él. No quería que se escapase.
Una hora después mi madre me quitó su cadáver de las manos:
- Lo has apretado demasiado fuerte. Por mucho que lo aprietes no vas a lograr que no se escape, sólo matarlo. Es mejor abrir la mano para dejarle aire suficiente para respirar.
Mucho más tarde aprendí que no sólo basta con abrir la mano para dejar aire, sino abrirla del todo para que cada vez que mires a tu lado, la persona que te acompaña siga ahí porque lo desea. Porque podría marcharse, pero prefiere quedarse contigo.
Muy bueno, por eso los celos sobran
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