martes, junio 15, 2004

Justo había iniciado la guerra civil española.
Uno de mis abuelos, J, acabó en el frente en Navarra. Había comenzado la carrera de medicina, con escasos éxitos académicos debido a las distracciones del vino y las mujeres. Y le plantaron en el frente, a amputar, a curar. A ver morir soldados, amigos de uno y otro bando. Al acabar la guerra no hubo nada que le distrajera en sus estudios, pero nadie sabe por qué, nunca ejerció.
Mi otro abuelo regresó a Madrid, de donde se había marchado para hacerse cura, por la vocación de "comer todos los días", la fe más ciega en el ser humano. Sobre todo cuando abundan los hermanos y no el dinero.
En Madrid se encontró con una familia azul en zona roja. Uno de sus hermanos se empeñó en ir al frente con los rojos, para intentar pasarse al otro bando. Algo común, pero con un riesgo tremendo. Podrían dispararle tanto los comunistas como los falangistas, las balas no atienden a razones. Pero el hermano mayor impidió que eso sucediera, encerró en casa al joven impetuoso que quería cruzar el frente. Aún se le humedecen los ojos a mi abuelo cuando lo recuerda.
Porque no existían cerraduras lo suficientemente seguras como para impedir que el joven caminara por la ciudad, aunque no fuera a ningún frente. Entonces los nacionales tomaron el Alcázar de Toledo. Y como en el otro bando, ante las derrotas, los rojos decidieron tomar represalias, fusilaron a muchos para sembrar un poco más de miedo, de discordia.
A los pocos días sin noticias mi bisabuela habló con un vecino, que le mostró el nombre de mi tio abuelo en la lista de víctimas. Pero no hubo ninguna confirmación oficial. Así que mi abuelo y su madre consiguieron, por la nada despreciable suma de mil duros de la época, una entrevista con el encargado de la seguridad en Madrid: el Sr Carrillo. Un hombre muy joven que tenía al mando a todos los guardias de la ciudad. El mismo Carrillo que se exilió y volvió en la democracia.
- Su nombre no figura en la lista. - dijo Carrillo.
- Me han asegurado que fue fusilado.
- ¿Qué era su hijo?
- Falangista.
Entonces Carrillo sonrió de una manera que mi abuelo, casi setenta años después, aún recuerda.
- Si era falangista, seguro que se le ha olvidado respirar.

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