Una historia real
Primero fue un coche patrulla girando en redondo en la carretera. Quizá esa señal le hubiera bastado para adivinar lo que sucedería, pero le pareció simplemente extraño y continuó la marcha. Un par de miradas por el retrovisor de su Opel le mostraron que ese coche patrulla marchaba detrás de él. "Y sin luces", pensó, "qué temeridad". La luz rojiza del atardecer iluminaba ya poco la carretera secundaria y los pocos coches con los que se cruzaba habían encendido los faros desde hacía casi una hora.
Imaginó que la policía perseguiría al comando que había hecho explotar dos bombas en la capital. Había elegido esa carretera secundaria para evitar las colas interminables de los controles policiales, un camino de mayor distancia, pero más rapido. Quería llegar pronto a casa para ver a su hijo.
Al girar en una curva, le extrañaron los colores azul y rojo brillando al fondo. Un coche policía se había cruzado en la carretera, tras él, media docena de agentes le apuntaban con la pistola. Cuando paró, el coche patrulla que le seguía hizo una violenta maniobra con un sonoro derrape.
"Rápido, tras el coche", susurró una voz grave.
No podía creerlo. Nueve pistolas vigilándole.
Quizá sería mejor salir.
"No se mueva. Salga despacio, pero quiero ver sus manos alzadas".
"Y no toque el arma". ¿El arma?
Así que salió del coche, con las manos en alto. Mientras le esposaban pudo oír las risas del policía más jovencito, que estaba registrando el coche.
"Así que esto es lo que os asustaba tanto", dijo entre carcajadas, " si es la pistola de un crío".
El policía sujetaba entre sus manos la pistola de flechas de su hijo.
miércoles, noviembre 30, 2005
martes, noviembre 22, 2005
Se imponía sin necesidad de gritos, pese a su metro y medio de estatura y sus apenas cuarenta kilos de peso. En aulas osculas repletas de hormonas de adolescente.
Le bastaba con sacar la temida cajita de las fichas nada más comenzar la clase, revisar con lentitud hasta dar con la apropiada y llamar al Sr. Gómez o a la señorita Armenteros para sembrar el terror en el aula. Nunca nadie hizo una broma sobre la menuda profesora.
Años más tarde me enteré de que a ella le gustaba más la literatura, pese a que nos lograra que todos declinásemos con soltura aquellos interminables latinajos. Ese día hablamos de libros y de futuro y de todos aquellos planes aún adolescentes que yo tenía rondándome por la cabeza por aquel entonces.
Me contó que ya había leído algunas cosas que yo había escrito para mis otros trabajos de clase y al finalizar la charla me confesó que le hubiera encantado ser mi profesora de literatura. El mayor halago que he recibido.
Le bastaba con sacar la temida cajita de las fichas nada más comenzar la clase, revisar con lentitud hasta dar con la apropiada y llamar al Sr. Gómez o a la señorita Armenteros para sembrar el terror en el aula. Nunca nadie hizo una broma sobre la menuda profesora.
Años más tarde me enteré de que a ella le gustaba más la literatura, pese a que nos lograra que todos declinásemos con soltura aquellos interminables latinajos. Ese día hablamos de libros y de futuro y de todos aquellos planes aún adolescentes que yo tenía rondándome por la cabeza por aquel entonces.
Me contó que ya había leído algunas cosas que yo había escrito para mis otros trabajos de clase y al finalizar la charla me confesó que le hubiera encantado ser mi profesora de literatura. El mayor halago que he recibido.
jueves, noviembre 17, 2005
Paco recibió la carta y se presentó allí como todos. Un curso del INEM, una lata para muchos, una esperanza para otros. Ninguno dio crédito a las palabras de la secretaria: "Formación para transporte pesado de mercancía peligrosa".
Fue una pérdida de tiempo para todos, puesto que nadie tenía el carnet de conducir camiones.
Fue una pérdida de tiempo para todos, puesto que nadie tenía el carnet de conducir camiones.
martes, noviembre 08, 2005
Supongo que será difícil.
Tras las palabras de acusación, la sospecha acechante por tu mano señalando sin titubear a tus compañeros. Sin aviso previo. Supongo que será difícil mirarles a los ojos. Saber que les has traicionado después de comer de su comida, llorar en su hombro, contarles cosas y reirse (lo que hacen los amigos).
Supongo que será difícil entregarles sin explicarles previamente los motivos, sin permitirles formular su defensa. Sin una verdadera necesidad acuciante para recibir las monedas.
Supongo que será difícil hacer bromas a su lado, sabiendo que les has vendido.
Al menos yo no podría. Pero tú y yo somos distintos.
Tras las palabras de acusación, la sospecha acechante por tu mano señalando sin titubear a tus compañeros. Sin aviso previo. Supongo que será difícil mirarles a los ojos. Saber que les has traicionado después de comer de su comida, llorar en su hombro, contarles cosas y reirse (lo que hacen los amigos).
Supongo que será difícil entregarles sin explicarles previamente los motivos, sin permitirles formular su defensa. Sin una verdadera necesidad acuciante para recibir las monedas.
Supongo que será difícil hacer bromas a su lado, sabiendo que les has vendido.
Al menos yo no podría. Pero tú y yo somos distintos.
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