Todo va bien hasta que deja de ir bien.
Entonces una escribe una hoja con dos columnas y sopesa.
Entonces una saca la balanza y comienza a colocar sensaciones y emociones a cada lado. Impaciente. Tratando de adivinar qué lado pesará más. Qué elementos estableceran la diferencia.
Lo malo es que las sensaciones y las emociones no son físicas, no pesan. Poseen el valor que una quiera darle.
Así que llega el momento de retirar la balanza de la mesa.
Y de pensar.
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