En el fondo no has cambiado, aunque haya intentado ver en ti cambios en tus palabras, en tus actos, en tus gestos... Sigues siendo el mismo.
El mismo que con 35 años mantenía al teléfono a una niña de 12, hasta hacerla romperse, hasta hacerla llorar. El mismo que si no cogía el teléfono llamaba horas y horas, hasta desconectar el cable.
El mismo que ha prestado ayuda con intereses emocionales de por medio, que recuerdas a cada instante que me pagaste la universidad y la formación postgrado (cuando eso es lo que suelen hacer los padres).
El mismo al que temía. El mismo que tiene que aplastar para sentirse grande.
Tú no has cambiado. Pero yo sí.
Ya no te tengo miedo. Ahora eres tú el que debe empezar a tenerlo. Porque no te necesito y quererte ya no es suficiente para soportar que me insultes o que me humilles. POrque darme la vida no te hace un ser superior.
Y a partir de ahora, si te diriges a mí hazlo de igual a igual.
No te debo nada.
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