jueves, julio 23, 2009

Son las cinco y media de la mañana. He recibido una llamada de auxilio y me encuentro ante la puerta de una habitación de hotel. La persona al otro lado no me espera.
Golpéo la madera de la puerta un par de veces hasta que escucho una voz grave al otro lado, hasta que me abren. Entonces lo veo, la mitad del pelo largo, la otra mitad rapado con cuchilla. Varias cicatrices en su brazo derecho, la más profunda aún con sangre fresca.
En la habitación me esperan bandejas de restos de comida, una camiseta manchada de sangre, marañas de pelo, ropa esparcida por el suelo, colillas, innumerables latas de coca cola. Al mirar al espejo leo una inscripción con su nombre, su fecha de nacimiento, su fecha de fin esperado (hoy) y varias frases pintadas con su sangre relativas al sufrimiento y su monstruo interno.
Hago lo posible por tranquilizarlo, porque ayudar a que entre otra persona desde fuera, por entretenerlo viendo el Saturday Night Live. Una escena dantesca, los dos riendo tumbados en la cama, haciendo como que no sucede nada. Como que él no se ha intentado matar esta noche, como que él no lleva varios días matándose un poco más.

Todavía no puedo llorar.

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