Llevo los palillos al nigiri de uni (erizo) ante su mirada atenta. Me llevo un pedacito a la boca y de repente:
La playa, olor a sal, tijeras cortando la fina capa del erizo, la voz de mi padre diciendo "¿te gusta?", el calorcito del sol, más niños en las rocas, el sabor en mis labios...
Ella me pregunta si estoy bien, ya que había dejado los ojos entrecerrados unos instantes.
Se me olvidaba que lo mismo que sucede con los olores y su poder evocador, también puede suceder con los sabores.
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