Abre la puerta y el viento llena el silencio. Cuatro mil metros de vacío hasta los campos espera ahí abajo. Como no podía ser de otra manera, me pregunto a mí misma quién me mandaría meterme en esta historia, por qué quiero hablar de las locuras en primera persona. Tarde. Paco me sonríe enfrente de mí.
Me veo al borde del abismo, perfectamente sujeta al experimentado monitor. En el aire. A cuatro mil kilómetros del suelo.
Y de repente, vacío. Caer sin fin.
Hasta una velocidad de crucero constante, que agita mi cara, mi ropa, mis músculos. Todo se mueve como si alguien hubiera pulsado el botón de acelerar la realidad y varios minutos se comprimiesen en unos segundos. Me siento morir y ganarle la batalla a la muerte. Me siento libre.
El paracaídas se abre con un sonido sordo que frena la velocidad hasta la calma absoluta. Alguien ha pulsado la tecla de pausa. Entonces me convierto en un pájaro.
- ¿Comprendes por qué los pájaros cantan?- dice el monitor mientras conduce hábilmente el paracaídas entre las nubes.
Ahora si miro al cielo pienso en que ya he estado ahí arriba. Y que no es tan diferente de todo lo que he vivido hasta ahora. Aceleración, calma y aterrizaje.
Estoy saltando en mi propia vida. Y me gusta.
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