martes, abril 05, 2005

Éramos seis y jamás debimos de entrar legalmente en el coche. Pero lo hacíamos. De vuelta a casa de una universidad castradora mental y sexualmente en la que la Historia Universal se estudiaba como los buenos y los malos, en la que memorizábamos la designación papal de la Edad Media gracias a un cura del Opus Dei. En la época en la que escribía en mis exámenes que la homosexualidad es mala por el relativismo social cuando me deberían de estar enseñando Sociología.
Pero salíamos de clase los seis y nos subíamos al destartalado Opel Corsa de Xabi. A mí me tocaba en la parte de atrás, entre otros dos estudiantes, con la guitarra desenfundada, ejerciendo de reproductor musical. Detrás, en el espacio de maletero, se encontraba el espacio de Montañés, cuya melena nada tenía que envidiar a los Jackson Five.
Muchas veces equivocábamos el camino, simplemente por el placer de estar juntos los seis, siete con la guitarra. Casi provocamos un accidente el día en el que cantando un estribillo grité demasiado, asusté a un pobre camionero que desvió la atención a nuestra extraña estampa y estuvo a pundo de pegársela contra otro coche.
Recuerdo aquellos años con una sonrisa, aunque hace tiempo que no tengo noticias ni de Xabi, ni de Montañés, ni de María, ni de Silvia... A la otra María me la tropecé un día en la FNAC, cuando se encontraba de visita en Madrid, que me miró con sorpresa y apuntó mi teléfono en su paquete de cigarrillos. Pero no me ha llamado.

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