Con la misma sonrisa con la que se inició esto, miro mis cartas una a una; algunas nunca perdidas; otras, redescubiertas en lugares insólitos por los que transito desde hace poco; unas pocas, elaboradas para este momento. Las guardo lentamente en mi baraja, menguada de verbos, remendada de dolores e historias por olvidar, recompuesta ahora y repintada con colores brillantes.
Cuando comencé a colocarlas sobre la mesa, sentía la piel y una sonrisa y una baraja incompleta.
Ahora que las recojo, tengo piel, una sonrisa y todas mis cartas disponibles para cuando haya que emplearlas de nuevo. Guardadas a salvo para cuando la ocasión lo requiera, sea cuando sea, sea como sea, conozco los pasos. Y no tengo prisa a esperar a la situación idónea.
Guardo la baraja preparada para comenzar de nuevo y hacer mi mejor partida. Cuando suceda de nuevo. De momento, lo único que puedo hacer es guardar las cartas.
Y mirar por la ventana mientras nueva luz de ahí afuera se cuela por los cristales.
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