miércoles, agosto 11, 2010

A veces entreabro los ojos y la habitación parece llena de gente. A veces me duele tanto que no puedo siquiera abrirlos. Escucho gemidos en el hospital, por las noches, por las tardes, en este devenir del tiempo que no siempre puedo reconocer, porque en la oscuridad todas las horas son noche.
El dolor de la mano va en incremento pese a que los doctores vaticinan buenas nuevas. Ya perdí la fe. Ya que en esas escasas ocasiones, cuando puedo abrir los ojos y permitir pasar la luz en mi retina, la imagen que veo es deplorable. Una herida que crece, cada vez más rápido.
Me han contado esta historia tantas veces que cuando escucho el dictamen final de los doctores tampoco me sorprendo. Van a amputarme la mano, dicen. No va a dolerme mucho, dicen. Pueden ponerme un implante, explican. Hemos hecho todo lo posible, imploran. Es la mano o tu vida.

Es mi mano o mi vida.

Mi mano. Tocar la guitarra. Escribir. Pintar. Acariciar. Follar.
Mi vida. Sentir. Sumar tiempo. Pensar.

Tengo miedo en el momento que precede a la cuenta atrás para dormirme. Llevo toda la noche, toda la vida esperando a que llegue este momento, esperando al adiós definitivo de mi mano. He pasado horas pensando sobre ello.
Teorizando, porque soy una experta en teorizar emociones, pero no en sentirlas.

Y ahora me miro la mano.

Es mi mano o mi vida.

Voy a echarla de menos. Voy a echarte de menos, me despido de la herida que se expande por mi mano. Y cierro los ojos nuevamente.

2 comentarios:

  1. Para evitar dramas (que ya he recibido un mensaje asustado) Esto es una METAFORA

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  2. Anónimo11:45 p. m.

    ¡Uf, gracias por la aclaración!, me iba a ofrecer de donante de algo!

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