viernes, enero 12, 2007

Dice mi tía que con el tiempo nos vamos volviendo más exigentes con las parejas, los años van pesando y dejamos de aguantar las pequeñas manías que hace unos años nos parecían insignificantes.
Yo creo que la experiencia nos demuestra que embarcarnos en historias absurdas nos haría repetir finales a los que no deseamos volver. Caminos tortuosos que ya recorrimos, abismos con fondos conocidos.
Supongo que ahora tengo más claro lo que necesito que hace diez años.
Pero entonces, ¿dónde dejamos la inocencia? Tropiezo continuamente con personas con la piel curtida, en la que no haría mella ninguna caricia. Personas que cuentan: "esto ya lo viví", sin darse demasiadas oportunidades más allá de lo que conocieron (y no volverán a repetir). Pero esta actitud no tiene nada que ver con la inocencia, ni con la experiencia. Es el miedo lo que les atenaza: miedo a sentir, a que les duela, a cruzar esos caminos tortuosos; pero también miedo a sentir, a disfrutar, a vivir.
No hay vida sin muerte. No se puede amar sin el riesgo al desamor. No hay sinceridad ni entrega sin posibilidad de recibir mentiras. No se puede intentar nada sin el riesgo de equivocarse.
Quizá sea eso: Quiero envejecer aprendiendo lo que necesito para ser feliz, sin conformarme con menos, pero tomando los riesgos necesarios con quienes demuestren que debo correrlos.

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