Nació en la tierra de los pescadores, entre el mar y la montaña, la bruma por las mañanas. Sus ojos azules destacaban sobre la piel morena, curtida. Ojos dulces, mirada que acariciaba.
El primer día me ubicó en la segunda habitación de la derecha, que comunicaba con su gran estancia con una puerta que permanecía siempre cerrada. Me ayudó a introducir mi maleta en el cuarto, acompañado de un "este es tu espacio, estaré al otro lado si me necesitas". Yo regresaba de uno de mis múltiples naufragios sentimentales, ella me acogía en su casa por un tiempo y aunque nos conocíamos de cerca, sabíamos que no era el momento.
Comenzó como a los dos días de dormir en aquel lugar. Dormía plácidamente en la playa, sobre mi toalla, con el sonido de las olas rompiendo sobre las rocas meciéndome en los sueños. Entreabrí los ojos y la vi de espaldas.
Músculos de nadadora. De superviviente. Piel bronceada.
Me imaginé acariciando su espalda.
Cuando ella se giró para hablarme, debió de leer algo en mi expresión, porque sonreía de una manera diferente.
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