Al principio son sólo unas horas. Entonces es relativamente sencillo arreglarlo, basta con tomar la agenda telefónica y marcar el número una vez que se ha recuperado la calma.
Cuando transcurre el primer día tampoco urge todavía. Incluso si el inicio se ha producido en un fin de semana, la sensación de paz perdura hasta el lunes, martes, no más.
Cuando los días se convierten en una semana, el vacío comienza a apoderarse de la memoria. Se hace más incómodo preguntar "cómo estás", "sé que estás jodida". Sobre todo cuando tras las semanas las noticias muestran que ha habido recaídas, dolor, miedo.
Al mes la situación es insostenible. Ya no se puede caminar hacia delante y marcar el tan olvidado número para mostrar interés. Puesto que es evidente que no es real. Las manidas excusas de la falta de tiempo cotidiana, de los pequeños problemas domésticos, del estrés en el trabajo no sirven en un plazo tan largo. En realidad se ha elegido caminar hacia atrás, sin girarse del todo, sin una disculpa. En realidad uno se ha convertido en un cobarde.
Y eso sí que es difícil arreglarlo.
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