Entre Madrid y Pamplona, en autobus, existe Soria.
Una cafetería destartalada, sucia, cara, de bastante mal servicio. Con unos baños que harían languidecer al yonki de "Trainspotting".
Desde hace años yo aprendí que cerca de las estaciones de autobuses siempre hay bares que merecen la pena. Uno de ellos era el "Tú y yo". Lo regentaba la señora María, una abuelita que cuidaba de todos sus clientes como si fuésemos sus nietos. Siempre con torreznos calentitos, tortillas recién hechas y una sonrisa para el viajero recién llegado. Con esa amable austeridad castellana. Entrar en el "Tú y yo" siempre me recordaba a abrir la puerta en casa de mis abuelas, en casa de mi madre, en un lugar familiar.
Soria paso de ser una parada obligatoria a un verdadero descanso en el viaje.
Recuerdo que le intenté sacar una foto a la señora María en uno de mis fallidos intentos por retratar la realidad en 35 mm. Ella no me dejó hacerlo. Dijo que salía más guapa en el periódico, en el recorte que me regaló. Y era cierto.
En el viaje de vuelta leí la historia de María, de su nieto muerto en un accidente de tráfico, de los años que llevaba abierto el establecimiento. Sentí traerme conmigo un trocito de María.
Pero un día regresé a Soria con mi mochila azul a cuestas y me lo encontré cerrado. el cruasán con leche de la cafetería de la estación me supo amargo.
En el siguiente viaje reabrió el "Tú y yo". Con mucha más luz, una tele enorme para ver el fútbol y gente. Todos los clientes que antes no visitaban a María.
Aún no me he atrevido a preguntar qué fue de ella.
(Me marcho a ver el "Tú y yo" y a mi familia hasta la semana que viene, pasadlo bien en mi ausencia).
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