sábado, enero 31, 2009

Con la adrenalina por la nubes, 160 pulsaciones por minuto y a las 4:25 a punto de liarme a gritos. Buscando algo contundente en el cuarto, un cuchillo jamonero, aunque realmente lo que requiere esta situación es una pistola. Porque he creído oír pasos en el salón. Y no sé si encender la luz, no encenderla, llamar a mis compañeras de piso, no despertarlas, porque sería peligroso si realmente hay alguien en el salón.
Decido finalmente dar la luz del cuarto y sujetar la puerta, por si hay alguien al otro lado, mientras mi gata ronronea felizmente. Llamo a A con el móvil, que sale a rescatarme y vemos que no hay nadie en el salón, nadie en el baño, en la cocina.

Que nadie se ha colado por la ventana de la terraza, aprovechando los andamios de las reformas, como sucedió hace unas noches. Que en pleno ataque de tos debí de molestar en mi camino al baño a un merodeador nocturno, que dejó la ventana de la terraza abierta como señal inequívoca de su visita inesperada.

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