sábado, julio 17, 2004

El padre ayudaba al niño a cruzar la distancia entre el andén y el vagón del metro.
- Deja pasar antes de subir.- decía el hombre a su hijo. Hablaba con dulzura. El niño le miraba con atención: ya era el momento de los descubrimientos de la vida. Y el tipo había decidido enseñarle las normas de educación que ya nadie sigue en el transporte público en la capital.
Su hijo observaba con curiosidad  a todos los pasajeros. Se sorprendió cuando le saqué la lengua. Me encanta sacarles la lengua a los niños pequeños porque nunca se esperan ese tipo de reacciones de los adultos.
En la siguiente parada, Sol, se bajaron muchos viajeros. Como quedaban dos asientos libres, el niño tiró de la mano de su papá para que se sentaran.
- Siéntate tú si quieres. Los asientos son para los niños y para la gente mayor.
- Tú eres mayor, papá.
- Más mayor que yo.
- No hay nadie más mayor que tú.
El padre le sonrió, se sentó en uno de los asientos vacíos y le tomó en brazos. Jugó con el hijo hasta que me bajé en mi parada.

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