Hay abrazos ortopédicos, incómodos, de personas que erigen sus propios brazos como una barrera infranqueable. Abrazos con palmadas fuertes, que pretenden transmitir dominio y fuerza del que lo da, cuando realmente reproducen una convención social que prohíbe la cercanía física. Hay abrazos dulces. Abrazos de oso, que estrangulan la respiración. Los hay cortos. Los hay intensos, preludio de todo lo demás que se acerca.
Y por último están los ABRAZOS con mayúsculas, aquellos en los que los cuerpos se funden, se pierde el miedo y una se deja caer literalmente. Es cálido, protector, sanador incluso. Una se siente abrigada durante los minutos que dure ese momento.
Yo fui profesora de abrazos.
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