Algunas personas jamás vivieron.
Contemplan el mundo con ojos temerosos, encerrados en sus cuatro paredes, observando a través de las ventanas blindadas de su casa. Pero nunca participaron en aquello que veían.
Analizan los hechos, conocen la teoría, pero no se atreven a vivir. Cada uno esgrime las razones por las que se mantiene en esa postura, cada uno busca a su culpable, real o no. Todos necesitamos creer en la forma en la que vivimos.
Pero , a veces, un trocito de esperanza se cuela por la rendija. Alguien de fuera saluda al ser expectante de la ventana, como si le reconociera, como si le interesase penetrar en esa realidad oculta al resto del universo. Y ese ser expectante se preocupa, porque ve su pequeño mundo amenazado. Luego se entristece, cuando desaparece la amenaza que, ante la indiferencia, pasa a mirar a través de nuevas ventanas más gratas.
Uno puede vivir una no vida, una vida expectante, durante toda su existencia, para razonar al final de que todo lo aparente no le ha servido de nada. Que no dejó su huella en ningún lugar. En ninguna persona. Ni siquiera en su propia memoria. Que desperdició todo su tiempo.
Uno puede pasar de puntillas. O quizá uno puede intentarlo, caerse y , de nuevo, levantarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario