Ayer comimos en un restaurante chino poco habitual. Se encuentra en plaza de España, en el pasaje hacia el parking, en una zona exclusivamente china. Uno puede comprar un billete de viaje, hacerse con productos alimenticios llegados de Oriente (no los que anuncia el Corte Inglés) o, si no sabe cómo cocinarlos, degustar platos típicos a un precio irrisorio.
Después de comer una cantidad de comida inimaginable, nos dimos cuenta de que la música que sonaba estaba en chino. Me explico, por fin, nos fijamos en la televisión. En ella aparecían vídeos musicales de una chica china de veintipocos, delgadita y vestida exactamente como las otras chicas españolas de veintipocos que aparecen en los videos musicales.
La música, armónicamente, era el mismo pop-rock comercial de siempre. Puede estar cantado en chino, español, italiano o inglés, que uno puede predecir más o menos cómo sonará el estribillo.
Uniformidad de ropa, estilos, música, arte.
¿Quien gobierna todo esto para que atienda como mías las formas de alguien que se encuentra a miles de kilómetros? ¿Por qué se han encontrado las posturas de la China comunista con los USA capitalistas? ¿No son diferentes caras de una moneda?
A fin de cuentas, como decía mi novia, el chino medio debe trabajar tanto o más que el americano medio para conseguir los mismos objetos inútiles que no dan la felicidad. Sino que satisfacen los deseos, no las necesidades, que crea un marketing bien planteado.
Globalización de arte, de música, de cine, de pintura, de escultura... Hoy en día sólo hay que comprar a los críticos o disponer de un buen técnico de marketing a tu servicio.
A veces odio pertenecer a un mundo que parece escrito por Huxley.
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