miércoles, abril 07, 2004

Chueca
Chueca representa todo aquello que no queremos ser, pero que somos. El lugar que no nos gusta, pero el sitio en el que siempre nos sentimos cómodos. Porque aunque sea un guetto, aunque el mundo haya evolucionado lo suficiente como para aceptar que dos personas del mismo sexo se besen, Chueca es el espacio en el que nunca se corren riesgos. El barrio en el que conoces a todo el mundo, aunque se renueven las caras continuamente.
Allí donde la mayoría de nosotr@s vivió esa segunda adolescencia en que duró hasta los veinticinco años, o hasta los treinta, o hasta los cuarenta...
No deja de ser una excusa perfecta para clavarte un impuesto revolucionario excesivo por todo aquello que consumes. Para alentarte a convertirte en una ovejita más , uniformada como las otras. Aunque, no nos engañemos, esto sucede en todas las zonas de marcha de esta ciudad.
¿Quién no ha renegado de esa plaza mal construída, de esa gente que saluda con amabilidad hasta que puede ponerte verde a tu espalda?
Símbolo de la soltería, puesto que todas las parejas se acaban alejando de Chueca, por el simple motivo de que ya no hay tanta necesidad de buscar. Es el lugar al que siempre volvemos en nuestro eterno retorno adolescente de la búsqueda de la carne. Parte del aprendizaje de unas normas que ya aprendimos pero que olvidamos cada noche, sobre el amor y otras desdichas.
Una plaza. Con unos pocos bares, gente borracha vestida de colores raros, con maneras raras, expresiones raras... Pero no más raros que los que se exhiben en Moncloa o Lavapiés.
Aunque muchas veces he renegado de ese lugar, achacándole todas las normas de conducta que odio, pero que he perpetuado, me gusta. Me gusta la plaza de Chueca. Porque me trae muchos recuerdos. Me recuerda quién soy y de dónde vengo. Podría cerrar los ojos y tocar cada centímetro de la plaza con mi memoria, asociar cada metro a una de mis anécdotas, de mi gente.
Y, si vuelvo, no será malo. Nunca un fracaso, siempre podré renacer. Como en la eterna adolescencia.

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