miércoles, abril 28, 2004

Lo recuerdo perfectamente.
El día en que mi madre se casó por segunda vez nevaba. A mi madre no le interesa mucho la iglesia, ni estaba dispuesta a pagar la costosa nulidad de divorcio.Así que el suceso tuvo lugar en el ayuntamiento del pueblecito al que nuestro barrio pertenecía por aquella época. En Navarra, en aquellos años, todavía no había muchas bodas civiles y eso levantaba bastante expectación.
Cuando uno no ha vivido una boda civil, no conoce la coreografía que la rige. Y por eso todos decidimos esperar fuera del ayuntamiento en vez de ver cómo les casaban.
El pobre alcalde se puso tan nervioso que le dio a firmar un proyecto de obra en vez del papel del matrimonio. Más vale que mi madre, que siempre lee hasta el último detalle de la letra pequeña de todo lo que firma, le avisó de que no sabía si estaba de acuerdo con aquella reforma en la casa pero que ellla sí se quería casar.
Al salir, poca gente para tirar el arroz, porque esa nieve tan cinematográfica mantuvo parada en la carretera a casi toda la familia. Pero permitió una preciosa batalla de bolas de nieve.

La familia de mi madre nunca ha tenido bodas muy normales.
Mi tío R tuvo la mala pata de que se había muerto alguien y el cura tenía que oficiar el funeral justo después. ASí que presenciamos una boda a toda velocidad. Con un "la quieres" muy rápido, casi seguido del "bésala".
Mi tío J, el bromista, sufrió en sus carnes la respuesta a todas sus hazañas.
Le tiraron, en vez de arroz, huevos vacíos. Aún recuerdo su cara cuando después de la comida anunciaron a la tuna. Él que cree que los tunos se verían perfectos en un campo de tiro como blanco. Y se trataba de todos mis tíos, disfrazados, que desafinaron una canción en su honor.

Reconozcamos que las bodas serias, siempre son más aburridas.

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